Imaginen … Pneuma. CXXXI.

Diríase que son loables la aspiración, la inspiración. 

 Vuestra empresa es esencialmente excelente. En ella la Excelencia sólo puede inhalarse. Estáis más cerca de ser espiritistas que gnoseólogos o causistas. Psicologistas, a vuestro pesar. No obstante, apeláis al afán para alcanzar lo que ya se es, persuadiendo de ello en el vínculo económico al arquetipo, tratando, así, a la clientela como intelectualmente insuficiente – su confirmación producida en el ingreso mensual de los honorarios -.

 Tarea de tahúres. 

Imaginen … la diversión. CXXVI.

No seguiste la prescripción del griego y no entregaste al hijo pues, también de hierro o bronce, declararía tu ausencia de oro. 

 Humillado, causa, ha sido tu labor una aspiración de ocultación en la diversión o Excelencia, en la reducción de todo hijo a hierro o bronce en la igualación, en la identificación. 

 De nuevo contra el texto del griego, creador de mitos, tu empresa no tendría que haber sido aceptada en la República. 

Imaginen … la admiración de Hipócrates. CXXV.

Expertos, expertas, hallaron síntomas de daño, de enfermedad. Se decidieron fármacos y la mejora negada llevó lejos a quienes los prepararon y ensayaron. En el conocimiento de este revés, fue el ciclo del hierro previo al ciclo del fuego, sus garantes y agentes idos igualmente.

 Incurado, el cuerpo no ha hecho crisis y ha abandonado la gravedad en la descomposición generadora de descomposición.

 Una bondad, acaso, es la ausencia de dolor. 

Imaginen … la deontología de un colegio privado. CXXI.


Me apenó. Acaso enfermo, el perro parecía haber perdido el sentido del olfato y, sobre la acera, el hueso ante él quedó inatendido. Y se alejó. Había sido, diría, el entusiasmo de sus compañeros de calle lo que le animó a acercarse también. Y que comían.

 Espero que no, que fuera sólo un resfriado, que no le acontezca el hambre y el abandono. Por aquí se aíslan en los solares sin edificar, en su maleza, y mueren. Se sabe pronto. 

 Imaginen …