El propietario de la empresa, durante una de las primeras reuniones, me refirió que su madre acababa de fallecer. Fueron después mis condolencias y las anécdotas y las risas y la emoción entrañada. Fue a continuación que inquirió sobre mi progenitora. En Toledo, viuda y feliz de verse libre de los hijos, pensión y salud quebradiza. Apenas hubo encuentro posterior en cuya conversación no se aludiera a la mamá manchega.
Imagino ahora que quise acompañarle la soledad con la referencia, que equilibraba su pérdida con una presencia tan similar a la que aludir …
Mi amigo Albert lo describe como piedad, como una de las formas del abrazo, pues mi madre alcanzó el fin de sus días veinte años antes de conocer al director del colegio privado.
Le presté un fantasma que, vivo, hasta esta lectura le ha acompañado.