Imaginen … el fantasma. II. LVII.

II.

 Imaginen como hechos el contenido de los siguientes párrafos:

 El director del centro educativo se aproximó a través de la habitación al grupo de docentes que había evitado el contacto visual con él. Éste, tras la chanza y su no espontánea red de risas, narró:

– Coincidí ayer en el Palau con el padre de Liliana Velázquez. Sus palabras sobre nuestra labor me emocionaron.

 Pausa para la imaginación de una expectativa.

– ‘ Lo que yo quiero es que mi hija se eduque con vosotros ’.

 El director sonrió a continuación, vidriosos los ojos; esperó las sonrisas y los murmullos y, en confirmación recibidos, partió.

——

Imaginen ahora que el encuentro con los y las profesionales de la educación privada sí hubiera acaecido, mas no el que la anécdota del director narra.

Vibra entonces la exactitud de la piedad. Piedad hacia un hombre cuya angustia mide su propio fantasma.

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Imaginen … el fantasma. I. LVI.

I.

 Imaginen como hechos el contenido de los siguientes párrafos:

 El director del centro educativo se aproximó a través de la habitación al grupo de docentes que había evitado el contacto visual con él. Éste, tras la chanza y su no espontánea red de risas, narró:

– Coincidí ayer en el Palau con el padre de Liliana Velázquez. Sus palabras sobre nuestra labor me emocionaron.

 Pausa para la imaginación de una expectativa.

– ‘ Lo que yo quiero es que mi hija se eduque con vosotros ’.

 El director sonrió a continuación, vidriosos los ojos; esperó las sonrisas y los murmullos y, en confirmación recibidos, partió.

——

Imaginen la siguiente exactitud: el director había emocionado la verbalización de un latido:

Desearía que mi hijo también hubiera sido educado por otros.

 Un fantasma levantado: desconocer que se había sido, que se era, la tumba de un muerto.

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Imaginen … el ojo del huracán. LIII.

Imaginen a un hombre, lamedor de cirios a Homero dispuestos. Seguidor de Héctor. Como tal, temeroso de Aquiles. Un carro guiando, a su lado un Paris del siglo XIX remedo escuchó:

– Espero que no lo llegue a saber. Joder. Me rompe la vida. Ya me ha repetido varias veces que los funcionarios son la miseria humana a sueldo. Si se entera de que ha contratado a un opositor a profesor … que además no ha aprobado …

Paris observó la titilante mirada. Conocería después que quien no tenía que llegar a saber, ya había sabido. Y que éste perseguía al admirador de Héctor, sin que el admirador de Héctor supiera que estaba corriendo.

Mas esta mitología admite una variación: en ella, el perseguidor habría atrapado al admirador de Héctor y, matado, arrastraría el cadáver alrededor de la Troya de los Jardines Altos, mientras, camino del hogar de Hades, el no-muerto se imaginaría vivo.

Aquiles vivo. Troya privada en pie. Paris y aljaba.

Aquel titilar crea al caudillo.

 

Imaginen … lo sublime extensivo. LII.

Es una reducción. Dedicada a y para reducidos. Acaso no por reducidos. Lo extensivo es sublime, o excelso. Lo han afirmado – disculpen el uso plural -. Identificar la extensión con un sentimiento y su emoción y aceptar la identificación es, sólo, el triunfo de un concepto. Su monetización no suele tardar en llegar. Al menos, no quiere tardar en llegar.

 Reducidos: admiradores, admiradoras, de la proporción asociada a arquetipos de divinidad y esperanza. Acaso no reducidos: los mantenedores de admiración, sus impulsores – los encontrarán también tras la caja -.

Les dejo mi aportación a lo sublime extensivo:

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El cono truncado de Honor.

Imaginen … Memento mori. XLVIII.

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 Es un reconocimiento. El reloj. Veinticinco años. Son los años contados los eslabones. Es el reloj que os ha entregado el grillete. Y el trofeo. Pues es su triunfo el que os ha lanzado a la cara y ha mentido regalo. El tiempo ha sido vuestro regalo. Vosotros habéis entregado. Grillete o trofeo que no importa que ahora ajustéis a la muñeca: ya ha sido ajustado. Ha sido su poder; ha sido demiurgo porque le habéis dejado el mapa celeste para que trace vuestras constelaciones. Para que – finalidad cedida -. Es un reconocimiento: mi tiempo ha sido tuyo, tu tiempo ha sido mío. No hay alcohol que difiera este juicio.

 Miraos. Grises. Uniformemente grises; aunque cada vez seáis menos. Situados por encima del demiurgo; pero por detrás de él. Ficción de bondad de pirámide invertida. Algunos la conocéis. Esta imagen. Y hace varias fotos que no aparecéis. Más atrás, acaso. Esos algunos podrían creer que así niegan o rechazan; una dialéctica poco hábil establecería que es sólo afirmación lo que actuáis.

 Ni el lecho de muerte os pertenecerá. La protesta no os lo va a entregar ya. Vuestro lecho de muerte es suyo; quienes tal vez ya casi idos comiencen a añoraros, le mirarán a él, aunque no lo sepan. Porque no lo sabrán. Llorarán, seguro. Pero no por quien podría haber albergado la carne, sino por quien se reencarnó en vuestro tiempo. Aunque no lo sepan. Porque no lo sabrán. Quien allí percibirá la luz última será un ser en un lecho de muerte ajeno, mas sentido propio.

 Triunfo.

 

 

Purdah IV – Imaginen … XLV.

¿ Recuerdan a la mujer que fue el centro de la narración en tres textos anteriores ?

¿ Recuerdan también aquella comunidad de conciencia ? Imaginen ahora, y entre sus miembros, arraigando como la esperanza de un resarcimiento, este desasosiego: quienes en la empresa ocuparan puestos de responsabilidad tales que les permitieran asistir a reuniones, habrían de, al menos, sospechar, que aquellos empleados y aquellas empleadas sin acceso a las reuniones habrían llegado a saber del libro de estilo privado de la empresa.

Mas imaginen que voces de varios miembros de la comunidad de conciencia se hicieran oír:

– No nos delatemos. Ni siquiera apenas. El riesgo para muchas familias es suficiente convicción para no hacerlo. La humillación que sentimos al conocer el contenido de sus reuniones se equilibra con su desconocimiento de este hecho.

– Parece un argumento del miedo a través del pseudo-argumento de un orgullo ficticio.

– Así arguye la supervivencia.

– Así arguye la supervivencia.

Imaginen que, de esta forma, el desasosiego hubiera sido persuadido en absoluto. O no. Imaginen que un miembro de la comunidad de conciencia resolviera que no solamente fuera sospechado su conocimiento de los contenidos de aquellas reuniones exclusivas por quienes a ellas por jerarquía acudieran.

Imaginen.

Purdah III – Imaginen … XLIV.

¿ Recuerdan a la mujer que fue el centro de la narración en dos textos anteriores ?

Imaginen el edificio que a aquella empresa representara. Imaginen a sus empleados y empleadas en tránsito por su interior, sus encuentros resolviéndose en una mirada brumosa, en un movimiento de cabeza, en una cortesía encriptada. Imaginen que entre los empleados y empleadas existiera una jerarquía, digamos del tipo que permitiera o prohibiera la asistencia a una reunión.

Imaginen ahora entre aquellos trabajadores y aquellas trabajadoras a quienes, por aquella jerarquía, se determinaran en funciones subordinadas. Pero que sus miradas, sus movimientos de cabeza, su cortesía, hubieran alterado su cualidad o el código de su significación en el encuentro con quienes, por aquella jerarquía, pudieran ser convocados a reuniones. He aquí, diríase, el motivo: los trabajadores y las trabajadoras en tal edificio de tal empresa habrían recibido y escuchado los registros sonoros que la mujer que fue el centro narrativo de los dos textos anteriores habría recogido en su dispositivo telefónico, mentidamente desconectado, durante su asistencia a aquella reunión; registros sonoros compartidos apenas un día después del acontecimiento donde lo original sonoro se produjera.

Imaginen finalmente a los empleados y empleadas jerárquicamente en relación de subordinación convocando y asistiendo a sus propias reuniones: creando una comunidad de conciencia, desconocida …

… Aún.

Purdah I – Imaginen … XLII.

Imaginen una empresa. Imaginen una reunión en una sala del edificio que la representara. Imaginen que, tras tomar asiento, quienes allí hubieran sido convocados y convocadas procedieran a silenciar sus dispositivos telefónicos para así anular cualquier posible perturbación. Imaginen ahora que, tras ello, quienes allí estuvieran, procedieran a introducir sus dispositivos telefónicos en bolsillos o carteras o bolsos por el tiempo que la reunión fuera a durar.

Mas imaginen que una de las asistentes a la reunión no hiciera acto de ese último paso – probablemente anunciado – y depositara el dispositivo telefónico sobre la mesa que marcaría el centro de la sala. Y más: imaginen que el dispositivo telefónico no hubiera sido tan sólo silenciado – como probablemente hubiera anunciado – sino que la aplicación Grabadora de voz hubiera sido activada para secretamente registrar las palabras, las intervenciones de la personas allí congregadas.

Imaginen a la mujer asistente desconcertada en el transcurso de la reunión ante los contenidos y las opiniones expresadas y ante las decisiones y las conclusiones resueltas; desconcertada en el contraste con lo defendido en el libro de estilo de la empresa. Libro de estilo que sería público. Imagínenla descubriendo que habría otro libro de estilo, privado, que sería la esencia del libro público. Y que la lealtad al libro público ha de pasar primero por la lealtad al libro privado. 

Imaginen finalmente a la mujer que habría asistido a la reunión observando señaladamente el dispositivo telefónico ante sí, …, en él gestándose los archivos sonoros como en una víspera de alumbramiento.

Como en una víspera de Revelación.

George C. de Lantenac – Un barco en un jardín.

Un barco en un jardín.

Las instituciones sustentadas con capital privado que rechazan una evaluación externa de la organización de sus programas se mienten objetividad en la subjetividad retroalimentada que llama libertad a lo arbitrario no contrastado. Es un estado absoluto cuyo principio es una oposición en la forma de una negación de verosimilitud a otras lógicas. La ausencia de reconocimiento de una relación positiva dialéctica – dialéctica ciega -, la imposibilidad de principio de ser cuestionadas, tiene la consecuencia de apuntalar la razón de la objetividad ficticia de las instituciones.

La dialéctica ciega y autocomplaciente es un barco construido para decorar un jardín. No sabe del mar y de sus olas, mas su artesano ha imaginado los elementos sólo para crearlo altivo a su respecto. De ellos vencedor siempre. La convicción literaria, su fe, no sabe ceder.

—-

La reproducción del texto de George C. de Lantenac se realiza con el expreso consentimiento del traductor de la obra Ensayo sobre la Muerte de Jesús de Nazareth, Albert Sans.

Imaginen … la Razón por la Lógica. XXXVIII.

La validez de una afirmación cuyo contenido contradice los contenidos de afirmaciones previas descansa en el hecho de que ahora defiendo aquel otro contenido.

Enunciado acaso producido por un empresario o director de colegio privado. Imaginen que la Razón variara en la fluctuación de lo conveniente. La Razón parecería ser, entonces, una abstracción, continuamente modificado su espectro por Lógicas adaptativas.

Imaginen que en la finalidad del beneficio económico, el medio fuera un niño, una niña. Imaginen a madres y padres cuya fe en el espectro de la Razón impidiera reconocer que su contenido es sólo la proyección de la Lógica de la oscilación económica.

Pero imaginen que no. Que lo reconocieran.