
Dolor
Purdah IV – Imaginen … XLV.
¿ Recuerdan a la mujer que fue el centro de la narración en tres textos anteriores ?
¿ Recuerdan también aquella comunidad de conciencia ? Imaginen ahora, y entre sus miembros, arraigando como la esperanza de un resarcimiento, este desasosiego: quienes en la empresa ocuparan puestos de responsabilidad tales que les permitieran asistir a reuniones, habrían de, al menos, sospechar, que aquellos empleados y aquellas empleadas sin acceso a las reuniones habrían llegado a saber del libro de estilo privado de la empresa.
Mas imaginen que voces de varios miembros de la comunidad de conciencia se hicieran oír:
– No nos delatemos. Ni siquiera apenas. El riesgo para muchas familias es suficiente convicción para no hacerlo. La humillación que sentimos al conocer el contenido de sus reuniones se equilibra con su desconocimiento de este hecho.
– Parece un argumento del miedo a través del pseudo-argumento de un orgullo ficticio.
– Así arguye la supervivencia.
– Así arguye la supervivencia.
Imaginen que, de esta forma, el desasosiego hubiera sido persuadido en absoluto. O no. Imaginen que un miembro de la comunidad de conciencia resolviera que no solamente fuera sospechado su conocimiento de los contenidos de aquellas reuniones exclusivas por quienes a ellas por jerarquía acudieran.
Imaginen.
Purdah III – Imaginen … XLIV.
¿ Recuerdan a la mujer que fue el centro de la narración en dos textos anteriores ?
Imaginen el edificio que a aquella empresa representara. Imaginen a sus empleados y empleadas en tránsito por su interior, sus encuentros resolviéndose en una mirada brumosa, en un movimiento de cabeza, en una cortesía encriptada. Imaginen que entre los empleados y empleadas existiera una jerarquía, digamos del tipo que permitiera o prohibiera la asistencia a una reunión.
Imaginen ahora entre aquellos trabajadores y aquellas trabajadoras a quienes, por aquella jerarquía, se determinaran en funciones subordinadas. Pero que sus miradas, sus movimientos de cabeza, su cortesía, hubieran alterado su cualidad o el código de su significación en el encuentro con quienes, por aquella jerarquía, pudieran ser convocados a reuniones. He aquí, diríase, el motivo: los trabajadores y las trabajadoras en tal edificio de tal empresa habrían recibido y escuchado los registros sonoros que la mujer que fue el centro narrativo de los dos textos anteriores habría recogido en su dispositivo telefónico, mentidamente desconectado, durante su asistencia a aquella reunión; registros sonoros compartidos apenas un día después del acontecimiento donde lo original sonoro se produjera.
Imaginen finalmente a los empleados y empleadas jerárquicamente en relación de subordinación convocando y asistiendo a sus propias reuniones: creando una comunidad de conciencia, desconocida …
… Aún.
Imaginen … la Razón por la Lógica. XXXVIII.
– La validez de una afirmación cuyo contenido contradice los contenidos de afirmaciones previas descansa en el hecho de que ahora defiendo aquel otro contenido.
Enunciado acaso producido por un empresario o director de colegio privado. Imaginen que la Razón variara en la fluctuación de lo conveniente. La Razón parecería ser, entonces, una abstracción, continuamente modificado su espectro por Lógicas adaptativas.
Imaginen que en la finalidad del beneficio económico, el medio fuera un niño, una niña. Imaginen a madres y padres cuya fe en el espectro de la Razón impidiera reconocer que su contenido es sólo la proyección de la Lógica de la oscilación económica.
Pero imaginen que no. Que lo reconocieran.
Imaginen … la excelencia del proyecto de un producto. II. XXXVI.
Imaginen una empresa. Imaginen que, cada año, tomara en sus manos el compromiso de cientos de proyectos cuyo resultado habría de ser cientos de productos finalizados con el éxito que su publicidad augurara: excelencia. Por los métodos. Por los profesionales.
Imaginen ahora que, digamos, veinte entre doscientos proyectos fueran acabados satisfactoriamente. Que ciento ochenta productos no hubieran podido ser entregados y que, no obstante, tal empresa porfiara en la magia de una palabra: excelencia. En los métodos. De los profesionales.
Pero se habría producido un fracaso de ciento ochenta proyectos. Sin embargo, la excelencia impediría a métodos y profesionales ser las causas. Imaginen a esa empresa enunciando el siguiente juicio predeterminado: los clientes son las causas del fracaso.
—-
Imaginen ahora que tal empresa fuera un centro privado legalmente dedicado a lo educativo. Imaginen que niñas y niños fueran los proyectos y los productos de una excelencia pedagógica. Un proyecto de quince años, por ejemplo. Y que, digamos, veinte entre dos centenares de niñas y niños, fueran, sólo, los exitosos productos anunciados.
Pero se habría producido un fracaso de ciento ochenta niñas y niños. Sin embargo, la excelencia impediría a métodos y profesionales ser las causas. Imaginen a ese colegio privado enunciando el siguiente juicio predeterminado: las niñas y los niños son las causas del fracaso.
Finalmente, no les pido que imaginen, mas que intenten sentir una humillación: madres y padres arrostrados con la conclusión de que, puesto que el centro educativo definiría la excelencia, sus hijas e hijos estarían fuera o lejos de su alcance e influencia. No serían aptos. No serían válidos.
– Pero se comprometieron … nos dieron su palabra … Proyectos individualizados, nos dijeron …
Imaginen … esta hostia. XXXIII.
Imaginen una empresa. Imaginen que tuviera una presidenta la cual, cuando fuera preguntada por cuál sería el objetivo de éxito de su institución, afirmara:
– Querría el mismo éxito que el de la Iglesia Católica … una empresa con dos mil años de historia.
Imaginen la ambición.
Y la astucia.
En esa respuesta se recogería la idea de la fe: la presidenta parecería creer en que el éxito de una empresa depende de la fidelización de una clientela que es creyente en un producto. Ahora imaginen que, a continuación, la presidenta señalara las infecciones que han hecho de aquella Iglesia Católica motivo moral de repudio o burla – no siendo la menor de ellas la de sus miembros -.
Mas, ¿ y si la empresa de esa presidenta fuera un colegio privado ? Imaginen. Se diría que tal presidenta anhela el éxito de la fe, de la religión que convierte en defensora a su parroquia. Al tiempo, las aladas palabras sobre la moralidad de la Iglesia Católica y sus miembros serían la manifestación de la competencia de mercado y de un reconocimiento: mi colegio privado es una empresa, aunque en otros términos se publicite. También, dada su experiencia en el descubrimiento y visión de las infecciones ajenas, la presidenta sería capaz de reconocer a los infectados miembros de su plantilla. No obstante, como en la empresa Iglesia Católica, la corrupción de su propia mantendría su economía. Y entonces se vigilaría … para obviarla.
Así, una presidenta o una directora de almas, a cambio de un diezmo voluntario. Dejen que los niños vengan a mí. Y a la vista de sus progenitores, que hasta allí los han conducido, sacrificados en el altar de la fe económica: tal mi inversión, tales mis beneficios. Sería el triunfo de la creencia en un más allá de gracia … laboral. Paraíso cuya promesa bastaría a los progenitores porque la esperanza y su realidad habrían sido infectadas por otras iglesias que harían de lo económico el depósito material de la bienaventuranza inmaterial.
Hermanos y hermanas en la fe de otros cielos propicios: he aquí vuestra hostia.
Imaginen … al Profesor Valdemoro en el papel de Francisco Franco. XXXII.
Imaginen una empresa y, en ella, una sala de reuniones. Imaginen que en tal habitación se hubieran encontrado empleados y empleadas en la motivación de una convocatoria. Mas imaginen que, abruptamente, entrara otro empleado y, poco después de contemplar a la que consideraría su audiencia, gritara:
– ¡ Miradme, soy Franco resucitado !
Imaginen que quienes allí estuvieran hilarantes estallaran. Entre ellos y ellas, un empleado, solo, acudiría a consultar la fecha en su reloj: 20 de Noviembre; entonces, el empleado observaría a su compañía y acaso llegaría a preguntarse la procedencia de tal reacción. Acaso concluyera que sólo un propiciado entorno no rechazaría aquella exclamación como inadecuada.
Apenas unas palabras para conocer la luz que dibuja todas las sombras. Verbum sat sapienti est. Una empresa que toleraría tales manifestaciones jocosamente graves por y entre quienes allí se emplearan.
Imaginen que esta empresa fuera un colegio. Privado. Aquel empleado primero, un profesor, cuya autoridad educaría a hijos e hijas con lo dicho, y con lo omitido.
Profesor Valdemoro: persona o máscara de una representación tan real.
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Extenuación por la Implacable Sosa, Volumen II de Cueva de Ilotas Exánimes.
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Recoge los textos clasificados como Imaginen … XVI – XXIX en este blog. También se incluye: Empresas: valles de los caídos.
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Imaginen … ser dos veces niño. XXIX.
Imaginen una empresa que un colegio privado podría ser. En su interior, en una sala, un grupo de personas a quienes no habría reunido el azar. Y entre ellas, a una empleada que, en contemplativa atención, estas palabras escuchara:
– Se va a morir allí arriba.
– Es como un niño. Las rabietas, ahora me encapricho con esto, después dejo de hablarte … En estas manos estamos.
– Tanto cambio es una inseguridad …
– Como un crío, como un crío …
Imaginen a la empleada mirar a través de uno de los ventanales. Hacia el jardín, mas sin verlo. Acaso recordaría que en Hamlet ya se escribió; acaso no sabría que Aristófanes lo afirmó antes: dos veces niños son los ancianos.
Imaginen que la empleada mirara de nuevo hacia el centro de la habitación, un ruego a flor de labios: que no se muera allí arriba …, qué tristeza encontrar muerto a un niño.
Imaginen … la sonrisa y sus dientes. II. XXVIII.
El empleado habló así:
– El presidente me insta a adquirir una vivienda. Insiste hasta la náusea.
La empleada se irguió en su asiento, ladeó la cabeza y miró desde los vértices de los ojos.
– Así es como te compromete. Así es como deber y dócil se asimilan en sinonimia primero. En identidad después. Finalmente en olvido de sinonimia e identificación: imposible la diferenciación.
El empleado asintió. La empleada continuaría.
– Es tarde para mí, para los míos, víctimas de mi miedo. Encadenadas a una vergüenza que no ignorarían aunque me ocupara ocultarla.
La empleada se levantó y salió de la habitación. El empleado escribió las primeras palabras.