Imaginen … Ánthrōpos métron. XXVI.

Imaginen una empresa; imaginen que, al comenzar la hora del almuerzo, quienes en ella se emplearan comenzaran a caminar en dirección al lugar donde el alimento fuera servido, pero que tal lugar correspondiera a otro edificio, algo alejado de las oficinas pero a su mismo terreno perteneciente.

Imaginen ahora que un empleado azarosamente hallara, en la transición que sería el trayecto desde las oficinas hasta el edificio, a otra empleada cuya otra afinidad tampoco fuera disímil en la circunstancia de las silbantes tripas.

Imaginen entre ambos la siguiente conversación:

– ¿ Al comedero te diriges ?

– ¿ Disculpa ? … ¿ Al … ?

Comedero, ¿ tú no lo llamas así ?

– ¿ Al comedor ? No … ¿ Se te ha ocurrido a ti lo de comedero ? Porque …

– No, se lo he escuchado a varios jefes de departamento … Me divierte: comedero.

– Bueno …

– Y es que el sitio de marras no es estrictamente hablando un comedor. Fíjate en esta circulación de personas hacia un mismo punto… Desde otra perspectiva, no sé, desde una cierta altura pareceremos una riada …, o ganado. Sí, comedero es una acertada elección. Por algo la usarán quienes la usan, digo yo.

El empleado y la empleada se separarían a la entrada del comedero. Él o ella en sombría mas no novedosa expresión facial.

Imaginen ahora que esa empresa fuera una institución educativa privada; que quienes así hablaran, docentes, formadores. Y que aquella circulación de personas estuviera compuesta, lindando la totalidad, por alumnos y alumnas.

Comedero es una medida.

Empresas: valles de los caídos.

Es una fórmula: una empresa es una reputación y un nombre o marca; en el mercado, la marca ha tener la impronta del monumento: su imponencia, su ser reconocible. Quienes transitoriamente sean utilizables en una empresa lo harán en el nombre de un proyecto que es identificado con la marca y el producto que es vendido. Mas la potencia consumidora que recibe la marca o el nombre desconoce a los hombres y mujeres que dan su impronta de reconocible al monumento.

Hombres y mujeres que en premura de desalojo marcharán, fugaces: olvido entonces, mas no para el presidente de la compañía, para la directora de la institución, cuyos nombres serán recordados, pues, como la marca, no han de estar expuestos a caducidad.

Caídos y caídas, hombres y mujeres a quienes se trata como a un enemigo – pues locura es la inclinación a un sentir que pueda acusarse de vario – y cuyas vidas han enterrado en un monumento que obviará sus nombres en la grabación, pues unos pocos apenas han de ser los indelebles. Mas el dolor aun multiplicará sus aguijones frente a la imagen de que éste, ellos, ellas, no han tenido significación efectiva, pues otros y otras podrían haber ocupado sus lugares: dolor de haber sido forma para un contenido ajeno, llamado propio en el callejón sin salida de la desesperación o de la edad.

Pero aún hay un triunfo último de las presidentas, de los directores: la sonrisa del moribundo o de la mujer que agoniza en el recuerdo orgulloso de su participación en el monumento.

Miren el valle: caminamos sobre tumbas desconocidas.

Imaginen … la excelencia macular. XXV.

Imaginen una empresa. En ella un pasillo y, en él, dos empleados. Imaginen que uno de ellos comenzara una conversación, en el solo interés del alivio por la palabra:

– ¿ Qué es lo primero que haces después de llegar a casa ?

– Leo – mentiría aquel a quien se dirigiera -. Siempre leo.

– ¿ Lees ? Claro, para intentar alejarte del recuerdo de este lugar … Yo no, … Vas a reírte …, pero yo me ducho, no sé, me voy sintiendo sucio durante el trayecto a casa según va tomado poso mental una imagen unificada de las palabras que he pronunciado, de las cosas que he hecho, de a quién me he dirigido … No, no, no lo digo por ti.

El empleado que así hablara hizo la primera pausa. Corta.

– Ya, sí, lo sé, es pueril, es mala poesía.

Siguió una más larga segunda pausa.

– Pero ya no lloro.

El empleado que había escuchado se preguntó cómo la excelencia publicitada por tal institución empresarial no bendecía a quien para ella trabajaba. Cómo.

Una empresa privada como un colegio: sobrevivir por el veneno que mata.

Imaginen … Streaming live. XXIV.

Imaginen una empresa. A continuación, a su través, esta murmuración: el presidente ha pedido realizar una configuración especial en los ordenadores de todas las zonas comunes, de todos los despachos, de todas las salas de reunión … : los micrófonos de tales aparatos han de hallarse conectados a su ordenador, así que el presidente pueda escuchar cuanto ocurra en zonas comunes y despachos y salas …

Ahora, acompáñenme en un arbitrario paseo por algunos de aquellos lugares y descubran conmigo que varios ordenadores muestran un adhesivo cegando – valga y disculpen la sinestesia – los micrófonos. Imaginen preguntar a las usuarias y a los usuarios de los ordenadores por qué tal alarde de imaginativa decoración. Imaginen escuchar la siguientes palabras: no confía en nadie, es capaz de todo. Nos ha pedido que conectemos los ordenadores tan pronto lleguemos …

Empresa o colegio privado; despacho o aula. Trabajar y tener ignorados espectadores.

Streaming live !

More than nine hours a day !

No money down !

Can you imagine ? !

Imaginen … διαίρει καὶ βασίλευε. XXIII.

Imaginen un despacho en una empresa; oxidado el metal de su ventanal, de ocasión la puerta. En tal habitación, dos empleados en conversación confesional abismados. Habla el más avejentado.

– ¿ Sabes ? Desde donde te hallas sentado, el presidente me habló y me reveló su divisa: ‘Divide y vence‘. Y así continuó:

Esta compañía es inmensa, tiene muchos trabajadores, muchos … Que sospechen unos de otros tiene el efecto del autocontrol, de la persona, del grupo … que es un control como yo jamás podría ejercer directamente … con tanta efectividad. ‘

Imaginen que tal empresa fuera un colegio calificable de privado. Imagínenlo como un panóptico y su solvencia.

Imaginen … el embarazo del embarazo. XXII.

Imaginen una empresa. Imaginen que su presidente y su Departamento de Recursos Humanos no gustaran de la contratación de mujeres pues, dada la eventualidad de un embarazo, calcularan que éste causaría un inconveniente logístico. No obstante, un mínimo número de mujeres habría de ser contratado.

Imaginen que aquella eventualidad se hiciera efectiva: una, dos, tres empleadas estarían en estado de buena esperanza. Imaginen que, claro, presidente y Departamento de Recursos Humanos, torcieran el gesto en contrariado mohín.

Ahora, imaginen, en tal empresa, un lugar de recreo. En él, un empleado saciando su sed en el agua de un surtidor. Mas, de pronto, y apareciendo inimaginadamente el presidente en tal lugar, éste dirigiera estas palabras a aquél:

– Oye, cuidado con beber agua de ahí, que te quedas embarazado.

Imaginen la expresión anonadada de un empleado que un profesor de un colegio privado podría ser.

Viernes, 9 de Marzo de 2018: día uno.

Imaginen …

George C. de Lantenac – Spinoza.

Spinoza.

El muchacho entró en la cámara y se detuvo. Habló, sin volver a dejar cerrado el portón.

– ¿ Me ha reclamado ?

El anciano, en pie, ante la luna del mueble, ofrecía un perfil al recién llegado.

– Has cambiado – le respondió, atento a la imagen ante él -.

—-

George C. de Lantenac, Spinoza, obra desconocida. Texto completo. Se reproduce con el expreso consentimiento del traductor del mismo al Español, Albert Sans.

Imaginen … conocer al enemigo. XXI.

Imaginen una empresa. En ella, y en uno de sus despachos, una reunión no programada. Quienes en la habitación se han encontrado comentan la llegada a la compañía de una nueva compañera, glosando las palabras del presidente, el cual ha loado, pública y privadamente, el currículum de aquélla.

Imaginen ahora que la rutina de las miradas cómplices fuera conmovida por unas palabras esperadas e inesperadas:

– Y si es tan buena, ¿ por qué trabaja aquí ?

Imaginen entonces expresada la hilaridad que lo esperado e inesperado predeterminaban: la carcajada. Una, plural. Pero una.

Imaginen que el presidente no desconociera este juicio y que no prescindiera del servicio de tal grupo de empleados.

Una empresa que un colegio privado podría ser. Un presidente que aún alberga a enemigos y enemigas bajo su techo para humillarles en la dependencia que de su salario tienen, dependencia que no pueden no conocer y sentir. Mas tal presidente se concebiría a sí mismo, y previamente, como ( su ) enemigo. Deuda en el haber de otro tiempo la precisión de infligir humillación.

Y, deambulando en la sombra, la clientela o los alumnos y las alumnas. Nunca razón, sólo justificación del dolor a cobrar.

Imaginen … una advertencia canora. XX.

 Imaginen una empresa y su edificio. En él, imaginen una conversación entre el empleador o presidente y un su empleado. Ahora imaginen que, con anterioridad, hubiera llegado a oídos del empleador el rumor de que las preferidas nociones políticas y sociales – acaso morales o estéticas – del empleado divergieran en paralelo de las suyas. Y que tal rumor pudiera afirmarse en certeza. Imaginen entonces que, primero y a propósito de un motivo musical, el empleador retóricamente preguntara:

 – ¿ Sabes qué composición es incomparablemente bella ? Ese himno fascista italiano que dice …

 Y que después de ello entonara ese himno, letra en Italiano incluida. 

 Imaginen la sorpresa del empleado cuando, ya tarareando la pieza musical, sin despedirse y alejándose de él, el empleador le dejara allí donde le halló. 

 Imaginen la música y su palabra como herramientas educativas en tanto domesticación.

Imaginen … la humillación tramitada. XVIII.

Imaginen una empresa. Imaginen una reunión entre el director general y un cliente. Imaginen que el cliente hubiera traído a la reunión, impresos en papel, los resultados del negocio que uniera su camino y el de la empresa y que tales resultados no fueran satisfactorios. Imaginen ahora que la conversación fuera cada vez menos merecedora de tal nombre y que, tras interrupciones, gritos, llamadas a la calma y veladas ofensas varias, el cliente arrojara los folios que habría estado blandiendo como prueba en dirección al rostro del director general y que aquéllos los golpearan.

Imaginen que el director general creyera ser inadmisible tal reacción y, acabado el encuentro, narrara lo acontecido al presidente de la compañía. Como consecuencia, a propuesta y consejo del director, el presidente concluiría ser inevitable dar por terminada la relación con el cliente, sin importar el perjuicio económico de tal decisión.

O no. Imaginen que, pese al violento gesto actuado por el cliente, director y presidente no pensaran en finalizar el vínculo cliente-empresa: la apuesta económica lo desaconseja. Además, la reputación de buen hacer de la compañía podría resentirse.

Imaginen a continuación que tal empresa fuera un colegio, privado. Imaginen que el cliente fuera la familia de un alumno y de una alumna, y que el padre hubiera hecho golpear los papeles que contuvieran las calificaciones de su hijo e hija contra el rostro del director o directora. Y que, sin dar cabida a la duda, director o directora y presidente, tras la reunión, hubieran decidido mantener las relaciones con tal famillia.

La humillación es útilmente canalizada en aras de una finalidad esencial: el beneficio económico.