Aitía: el suicidio.

 

Aitía: el suicidio.

Jehová disipó la presunción de la omnisciencia. Fue el Cristo y supo sólo entonces que ser hombre es horrible. Fue así que inclinó su pasos hacia la detención del pulso y del hálito. Manual del suicidio. Pero aceptó la tortura.

Huyó.

En la Cruz, el hombre emocionó abandono y a su través Jehová mostró su humanidad: mintió para mover a piedad hacia Él, y, por Él, hacia los hombres.

 

George  C.  de Lantenac, Ensayo sobre la muerte de Jesús de Nazareth. Traducción de Albert Sans; texto reproducido con su expreso consentimiento.

 

 

Imaginen … la transferencia de la Cruz. LI.

 Contratar a sacerdotes, a monjes, que, dejado el hábito o uniforme, no han dejado la profesión. Ofrecer un nuevo ideario a hombres que creen en la Visión pero que que se perdieron en la Misión. Saber que tales hombres sufren por el abandono de ésta y tender la mano de la salvación. 

 Centro educativo privado. Congregación o empresa.

 Lo admito. Es admirable.

 

 

Imaginen … Poder dejar de. XLIX.

Imaginen estas últimas palabras en una orden por escrito dejada:

 Así, pasados casi cuarenta y cuatro años de mi defunción e inhumación, mi cadáver se desenterrará y trasladará a la santa tierra de reposo sita en la madrileña localidad de Mingorrubio. A este fin, se hará uso del medio de transporte más pertinente a tan noble fin y …

Imaginen sólo: esto no lo pudo dictar.

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George C. de Lantenac – Racismo, Xenofobia: la autoestima dañada.

 

Racismo, Xenofobia: la autoestima dañada.

 

Lo afirmo: es el Racismo una incredulidad y su indignación. Quien a ese término se refiere, reconoce la pertenencia de cualquier ser humano a la especie humana; mas rechaza que así sea: cómo puede aquél de quien afirmo que difiere de mí integrar la misma Raza que yo. Donde la percepción de la diversidad se ha establecido – educado – previamente. ¿ Es entonces el Racismo el rechazo de la diversidad dentro de misma Raza ? El Racismo es el rechazo a la propia Raza por producir diversidad, es un rechazo al ser humano como especie. Pero, ¿ cómo renunciar a esta pertenencia sin anonadarse ? Se hace relevante la diversidad mas para tratarla como diferencia y como excluyente – lo que atraería otra clasificación –. Así, ocultos tras sí mismos, quienes pueden ser referidos al término Racismo resemantizan la pertenencia para clasificar a los sólo divergentes individuos humanos fuera de la Raza.

Identificar Raza y Estado es el siguiente paso: la no pertenencia a la Raza vale no pertenecer al Estado. El extranjero no pertenece, así, a la especie humana. La Xenofobia reencarna aquel rechazo de la propia Raza transfigurado ahora en otra exclusividad de los términos.

 


 

 La reproducción del texto de George C. de Lantenac se realiza con el expreso consentimiento del traductor de la obra Ensayo sobre la Muerte de Jesús de Nazareth, Albert Sans. El título dado a este texto traducido es, al tratarse de un fragmento, una propuesta del propio Albert Sans.

Purdah IV – Imaginen … XLV.

¿ Recuerdan a la mujer que fue el centro de la narración en tres textos anteriores ?

¿ Recuerdan también aquella comunidad de conciencia ? Imaginen ahora, y entre sus miembros, arraigando como la esperanza de un resarcimiento, este desasosiego: quienes en la empresa ocuparan puestos de responsabilidad tales que les permitieran asistir a reuniones, habrían de, al menos, sospechar, que aquellos empleados y aquellas empleadas sin acceso a las reuniones habrían llegado a saber del libro de estilo privado de la empresa.

Mas imaginen que voces de varios miembros de la comunidad de conciencia se hicieran oír:

– No nos delatemos. Ni siquiera apenas. El riesgo para muchas familias es suficiente convicción para no hacerlo. La humillación que sentimos al conocer el contenido de sus reuniones se equilibra con su desconocimiento de este hecho.

– Parece un argumento del miedo a través del pseudo-argumento de un orgullo ficticio.

– Así arguye la supervivencia.

– Así arguye la supervivencia.

Imaginen que, de esta forma, el desasosiego hubiera sido persuadido en absoluto. O no. Imaginen que un miembro de la comunidad de conciencia resolviera que no solamente fuera sospechado su conocimiento de los contenidos de aquellas reuniones exclusivas por quienes a ellas por jerarquía acudieran.

Imaginen.

George C. de Lantenac – Un barco en un jardín.

Un barco en un jardín.

Las instituciones sustentadas con capital privado que rechazan una evaluación externa de la organización de sus programas se mienten objetividad en la subjetividad retroalimentada que llama libertad a lo arbitrario no contrastado. Es un estado absoluto cuyo principio es una oposición en la forma de una negación de verosimilitud a otras lógicas. La ausencia de reconocimiento de una relación positiva dialéctica – dialéctica ciega -, la imposibilidad de principio de ser cuestionadas, tiene la consecuencia de apuntalar la razón de la objetividad ficticia de las instituciones.

La dialéctica ciega y autocomplaciente es un barco construido para decorar un jardín. No sabe del mar y de sus olas, mas su artesano ha imaginado los elementos sólo para crearlo altivo a su respecto. De ellos vencedor siempre. La convicción literaria, su fe, no sabe ceder.

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La reproducción del texto de George C. de Lantenac se realiza con el expreso consentimiento del traductor de la obra Ensayo sobre la Muerte de Jesús de Nazareth, Albert Sans.

Imaginen … la Razón por la Lógica. XXXVIII.

La validez de una afirmación cuyo contenido contradice los contenidos de afirmaciones previas descansa en el hecho de que ahora defiendo aquel otro contenido.

Enunciado acaso producido por un empresario o director de colegio privado. Imaginen que la Razón variara en la fluctuación de lo conveniente. La Razón parecería ser, entonces, una abstracción, continuamente modificado su espectro por Lógicas adaptativas.

Imaginen que en la finalidad del beneficio económico, el medio fuera un niño, una niña. Imaginen a madres y padres cuya fe en el espectro de la Razón impidiera reconocer que su contenido es sólo la proyección de la Lógica de la oscilación económica.

Pero imaginen que no. Que lo reconocieran.

Imaginen … esta hostia. XXXIII.

Imaginen una empresa. Imaginen que tuviera una presidenta la cual, cuando fuera preguntada por cuál sería el objetivo de éxito de su institución, afirmara:

– Querría el mismo éxito que el de la Iglesia Católica … una empresa con dos mil años de historia.

Imaginen la ambición.

Y la astucia.

En esa respuesta se recogería la idea de la fe: la presidenta parecería creer en que el éxito de una empresa depende de la fidelización de una clientela que es creyente en un producto. Ahora imaginen que, a continuación, la presidenta señalara las infecciones que han hecho de aquella Iglesia Católica motivo moral de repudio o burla – no siendo la menor de ellas la de sus miembros -.

Mas, ¿ y si la empresa de esa presidenta fuera un colegio privado ? Imaginen. Se diría que tal presidenta anhela el éxito de la fe, de la religión que convierte en defensora a su parroquia. Al tiempo, las aladas palabras sobre la moralidad de la Iglesia Católica y sus miembros serían la manifestación de la competencia de mercado y de un reconocimiento: mi colegio privado es una empresa, aunque en otros términos se publicite. También, dada su experiencia en el descubrimiento y visión de las infecciones ajenas, la presidenta sería capaz de reconocer a los infectados miembros de su plantilla. No obstante, como en la empresa Iglesia Católica, la corrupción de su propia mantendría su economía. Y entonces se vigilaría … para obviarla.

Así, una presidenta o una directora de almas, a cambio de un diezmo voluntario. Dejen que los niños vengan a mí. Y a la vista de sus progenitores, que hasta allí los han conducido, sacrificados en el altar de la fe económica: tal mi inversión, tales mis beneficios. Sería el triunfo de la creencia en un más allá de gracia … laboral. Paraíso cuya promesa bastaría a los progenitores porque la esperanza y su realidad habrían sido infectadas por otras iglesias que harían de lo económico el depósito material de la bienaventuranza inmaterial.

Hermanos y hermanas en la fe de otros cielos propicios: he aquí vuestra hostia.

Imaginen … al Profesor Valdemoro en el papel de Francisco Franco. XXXII.

Imaginen una empresa y, en ella, una sala de reuniones. Imaginen que en tal habitación se hubieran encontrado empleados y empleadas en la motivación de una convocatoria. Mas imaginen que, abruptamente, entrara otro empleado y, poco después de contemplar a la que consideraría su audiencia, gritara:

¡ Miradme, soy Franco resucitado !

Imaginen que quienes allí estuvieran hilarantes estallaran. Entre ellos y ellas, un empleado, solo, acudiría a consultar la fecha en su reloj: 20 de Noviembre; entonces, el empleado observaría a su compañía y acaso llegaría a preguntarse la procedencia de tal reacción. Acaso concluyera que sólo un propiciado entorno no rechazaría aquella exclamación como inadecuada.

Apenas unas palabras para conocer la luz que dibuja todas las sombras. Verbum sat sapienti est. Una empresa que toleraría tales manifestaciones jocosamente graves por y entre quienes allí se emplearan.

Imaginen que esta empresa fuera un colegio. Privado. Aquel empleado primero, un profesor, cuya autoridad educaría a hijos e hijas con lo dicho, y con lo omitido.

Profesor Valdemoro: persona o máscara de una representación tan real.

Imaginen … ser dos veces niño. XXIX.

Imaginen una empresa que un colegio privado podría ser. En su interior, en una sala, un grupo de personas a quienes no habría reunido el azar. Y entre ellas, a una empleada que, en contemplativa atención, estas palabras escuchara:

– Se va a morir allí arriba.

– Es como un niño. Las rabietas, ahora me encapricho con esto, después dejo de hablarte … En estas manos estamos.

– Tanto cambio es una inseguridad …

– Como un crío, como un crío …

Imaginen a la empleada mirar a través de uno de los ventanales. Hacia el jardín, mas sin verlo. Acaso recordaría que en Hamlet ya se escribió; acaso no sabría que Aristófanes lo afirmó antes: dos veces niños son los ancianos.

Imaginen que la empleada mirara de nuevo hacia el centro de la habitación, un ruego a flor de labios: que no se muera allí arriba …, qué tristeza encontrar muerto a un niño.