Joachim Schwabing – La visión del perro.


La visión del perro.

 El resto del cuerpo de un lado de la pared. Del otro, una mano. Sólo. Firmemente sujeta a través del orificio. Le devolví la consciencia de una bofetada. Descubrió al perro y le expliqué. 

 – Voy a concederte una visión. 

 Fue una noticia, hacía unos días: un hombre había encadenado a un perro y, vivo, le había arrancado los ojos primero y destripado después. Vivo. Denunciado, un proceso se había abierto contra aquél.

 – Este perro va a devorarte los dedos hasta que yo intervenga. Lo que en ellos notas no se puede sacudir. No vas a morir. Te inyectaré un sedante y, cuando vuelvas en ti, ni el perro ni yo estaremos aquí y podrás irte.

 El perro no había dejado de olfatear el aire. El hombre que yacía en el suelo miró la puerta que comunicaba las estancias. 

– A partir de entonces, no percibirás la ausencia de los dedos.

——

© Protegido.

Joachim Schwabing – El sabor de la piedad.

El sabor de la piedad.

El miedo mudó en alivio cuando el torturador descubrió al vampiro asomando el rostro entre las colgaduras. En su lecho de muerte había convocado a la criatura y ésta había acudido. La inmortalidad había acudido. 

 El vampiro habló o enumeró o describió los horrores cuyo ser ejecutador yacía allí agonizante. El alivio mudó en terror cuando comprendió que el vampiro no le evitaría la tierra y los insectos.

 – Ni lo has intentado. Qué podrías ofrecerme.

 El brazo levantado, la mano contraída. 

——
© Protegido.

Purdah IV – Imaginen … XLV.

¿ Recuerdan a la mujer que fue el centro de la narración en tres textos anteriores ?

¿ Recuerdan también aquella comunidad de conciencia ? Imaginen ahora, y entre sus miembros, arraigando como la esperanza de un resarcimiento, este desasosiego: quienes en la empresa ocuparan puestos de responsabilidad tales que les permitieran asistir a reuniones, habrían de, al menos, sospechar, que aquellos empleados y aquellas empleadas sin acceso a las reuniones habrían llegado a saber del libro de estilo privado de la empresa.

Mas imaginen que voces de varios miembros de la comunidad de conciencia se hicieran oír:

– No nos delatemos. Ni siquiera apenas. El riesgo para muchas familias es suficiente convicción para no hacerlo. La humillación que sentimos al conocer el contenido de sus reuniones se equilibra con su desconocimiento de este hecho.

– Parece un argumento del miedo a través del pseudo-argumento de un orgullo ficticio.

– Así arguye la supervivencia.

– Así arguye la supervivencia.

Imaginen que, de esta forma, el desasosiego hubiera sido persuadido en absoluto. O no. Imaginen que un miembro de la comunidad de conciencia resolviera que no solamente fuera sospechado su conocimiento de los contenidos de aquellas reuniones exclusivas por quienes a ellas por jerarquía acudieran.

Imaginen.

Imaginen … la Razón por la Lógica. XXXVIII.

La validez de una afirmación cuyo contenido contradice los contenidos de afirmaciones previas descansa en el hecho de que ahora defiendo aquel otro contenido.

Enunciado acaso producido por un empresario o director de colegio privado. Imaginen que la Razón variara en la fluctuación de lo conveniente. La Razón parecería ser, entonces, una abstracción, continuamente modificado su espectro por Lógicas adaptativas.

Imaginen que en la finalidad del beneficio económico, el medio fuera un niño, una niña. Imaginen a madres y padres cuya fe en el espectro de la Razón impidiera reconocer que su contenido es sólo la proyección de la Lógica de la oscilación económica.

Pero imaginen que no. Que lo reconocieran.

Imaginen … un anciano muerto dentro de un ataúd para un bebé. XXXIV.

Imaginen a un niño. Imaginen a un niño que, tras pocos años de vida, fuera recluido en un espacio entre cuyos muros se maleara su cognición por quienes tendrían tal tarea entre sus retribuidas atribuciones. Imaginen que, tras muchos años entre aquellos muros, al ya chico le fuera dado dejar ese espacio y que, aunque efectivamente lo abandonara, sólo fuera brevemente; que el posterior hombre no dudara en solicitar regresar a su interior pasados unos años, en el anhelo de ser, entonces, maleador de cognición. Imaginen que allí continuara, casi cuarenta años después de la reclusión primera.

Imaginen ser capaces de contabilizar el número de años que el niño, el chico y el hombre han habitado en el interior de los muros.

—-

Imaginen ahora que hablara de un hombre de más de cuarenta años de edad que, tras permanecer quince años en un centro educativo, privado, lo abandonara para cursar unos estudios que, apenas tres años después, le devolvieran a aquel centro para desarrollar una labor descrita como pedagógica. Hasta hoy, no importa cuándo lean ustedes este texto.

—-

Imaginen detestar haber nacido, pero obstinarse en vivir, no obstante. Imaginen mentirse ocupar otra placenta donde poder fingir no respirar, la falta de mácula, de dolor. Donde fingir protección. Pero imaginen que mácula y dolor le alcanzaran y que negarlos adensara el medio donde suspendido no respirara, reforzando los muros que lo contienen.

Piedad, desde fuera, hacia ese hombre: nació y su recuerdo ha de resultar el de un bebé que no gritó cuando fue palmeado y no tardó en llenar un ataúd que llenó un nicho temprano. Imaginen, así, que hubiera triunfado en su propósito: que no hubiera nacido.

Imaginen … al Profesor Valdemoro en el papel de Francisco Franco. XXXII.

Imaginen una empresa y, en ella, una sala de reuniones. Imaginen que en tal habitación se hubieran encontrado empleados y empleadas en la motivación de una convocatoria. Mas imaginen que, abruptamente, entrara otro empleado y, poco después de contemplar a la que consideraría su audiencia, gritara:

¡ Miradme, soy Franco resucitado !

Imaginen que quienes allí estuvieran hilarantes estallaran. Entre ellos y ellas, un empleado, solo, acudiría a consultar la fecha en su reloj: 20 de Noviembre; entonces, el empleado observaría a su compañía y acaso llegaría a preguntarse la procedencia de tal reacción. Acaso concluyera que sólo un propiciado entorno no rechazaría aquella exclamación como inadecuada.

Apenas unas palabras para conocer la luz que dibuja todas las sombras. Verbum sat sapienti est. Una empresa que toleraría tales manifestaciones jocosamente graves por y entre quienes allí se emplearan.

Imaginen que esta empresa fuera un colegio. Privado. Aquel empleado primero, un profesor, cuya autoridad educaría a hijos e hijas con lo dicho, y con lo omitido.

Profesor Valdemoro: persona o máscara de una representación tan real.

Nueva publicación: Extenuación por la Implacable Sosa.

Extenuación por la Implacable Sosa, Volumen II de Cueva de Ilotas Exánimes.

Nueva publicación en formato e-book.

Recoge los textos clasificados como Imaginen … XVI – XXIX en este blog. También se incluye: Empresas: valles de los caídos.

Extenuación por la Implacable Sosa.

Descarga gratuita y segura en los siguientes enlaces:

http://www.lulu.com/shop/joaqu%C3%ADn-c-plana/extenuaci%C3%B3n-por-la-implacable-sosa/ebook/product-23659396.html

https://espanol.free-ebooks.net/ebook/Extenuacion-por-la-Implacable-Sosa

Imaginen … ser dos veces niño. XXIX.

Imaginen una empresa que un colegio privado podría ser. En su interior, en una sala, un grupo de personas a quienes no habría reunido el azar. Y entre ellas, a una empleada que, en contemplativa atención, estas palabras escuchara:

– Se va a morir allí arriba.

– Es como un niño. Las rabietas, ahora me encapricho con esto, después dejo de hablarte … En estas manos estamos.

– Tanto cambio es una inseguridad …

– Como un crío, como un crío …

Imaginen a la empleada mirar a través de uno de los ventanales. Hacia el jardín, mas sin verlo. Acaso recordaría que en Hamlet ya se escribió; acaso no sabría que Aristófanes lo afirmó antes: dos veces niños son los ancianos.

Imaginen que la empleada mirara de nuevo hacia el centro de la habitación, un ruego a flor de labios: que no se muera allí arriba …, qué tristeza encontrar muerto a un niño.

Imaginen … la sonrisa y sus dientes. II. XXVIII.

El empleado habló así:

– El presidente me insta a adquirir una vivienda. Insiste hasta la náusea.

La empleada se irguió en su asiento, ladeó la cabeza y miró desde los vértices de los ojos.

– Así es como te compromete. Así es como deber y dócil se asimilan en sinonimia primero. En identidad después. Finalmente en olvido de sinonimia e identificación: imposible la diferenciación.

El empleado asintió. La empleada continuaría.

– Es tarde para mí, para los míos, víctimas de mi miedo. Encadenadas a una vergüenza que no ignorarían aunque me ocupara ocultarla.

La empleada se levantó y salió de la habitación. El empleado escribió las primeras palabras.