La visión del perro.
El resto del cuerpo de un lado de la pared. Del otro, una mano. Sólo. Firmemente sujeta a través del orificio. Le devolví la consciencia de una bofetada. Descubrió al perro y le expliqué.
– Voy a concederte una visión.
Fue una noticia, hacía unos días: un hombre había encadenado a un perro y, vivo, le había arrancado los ojos primero y destripado después. Vivo. Denunciado, un proceso se había abierto contra aquél.
– Este perro va a devorarte los dedos hasta que yo intervenga. Lo que en ellos notas no se puede sacudir. No vas a morir. Te inyectaré un sedante y, cuando vuelvas en ti, ni el perro ni yo estaremos aquí y podrás irte.
El perro no había dejado de olfatear el aire. El hombre que yacía en el suelo miró la puerta que comunicaba las estancias.
– A partir de entonces, no percibirás la ausencia de los dedos.
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