Lacayo o cómplice, aparecía cuando el micrófono en el ordenador había dejado de transmitir. En un monitor, su amo no inocentemente me mostraría alguna vez la conexión de todos los dispositivos en las aulas con el suyo. Lo he compartido con anterioridad: la extendida presunción dejaba de ser.
Era desde las lecturas de aquellos mis entonces que yo percibía siniestro al designado técnico informático: figura gris que abandonaba las tinieblas creadas y habitadas por un caudillo de camarote y se deslizaba en la luz para cumplir sus disposiciones, cruzaba el espacio entre puerta y escritorio haciendo oblicuo contacto visual. Siniestro en la doblez, en la obediencia, en la colaboración necesaria y ofrecida. En la sospecha de que acaso supiéramos, en la persuasión de que no. Comprendo ahora la selección de las ropas, el corte de pelo, el tipo de afeitado: no se presta atención a las sombras.
Francesco Gonsalves. No podía olvidarte, claro. Tu silueta ha sido, sólo, más difícil de advertir destacada en la umbría.
Desde mis lecturas aquellas, siniestro. Todo, diría: un oscuro señor, unos oscuros servidores que, viles, se ofrecen a seguirle. Peor: a continuarle. Cáspita, quién diría que estuviera escribiendo sobre un colegio privado.