Imaginen … el pulso del orden. CIV.


Imaginen un centro educativo, privado, que agrupara a un número de estudiantes no inferior a la cifra de dos mil quinientos. Imaginen ahora que en sus instalaciones, erigidas cara al sol de la Excelencia, apenas se contara un aula con acceso adaptado a personas con diversidad funcional. 

 La Excelencia tiene sus filtros. Éste es otro. 

 Díganlo, no teman: es una depuración. Es ésta su libertad. El rechazo a una niña que precisa de una silla de ruedas para desplazarse es constitutivo. Pero es peor: al menos dos mil quinientas familias creen que una niña que precisa de una silla de ruedas para desplazarse ha de ser purgada. Porque es constitutivo. Cada factura mensual es una cuota de fidelidad para la conservación de la fuente de aquella libertad.

 Imaginen …

Imaginen … lo sublime extensivo. LII.

Es una reducción. Dedicada a y para reducidos. Acaso no por reducidos. Lo extensivo es sublime, o excelso. Lo han afirmado – disculpen el uso plural -. Identificar la extensión con un sentimiento y su emoción y aceptar la identificación es, sólo, el triunfo de un concepto. Su monetización no suele tardar en llegar. Al menos, no quiere tardar en llegar.

 Reducidos: admiradores, admiradoras, de la proporción asociada a arquetipos de divinidad y esperanza. Acaso no reducidos: los mantenedores de admiración, sus impulsores – los encontrarán también tras la caja -.

Les dejo mi aportación a lo sublime extensivo:

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El cono truncado de Honor.

Purdah IV – Imaginen … XLV.

¿ Recuerdan a la mujer que fue el centro de la narración en tres textos anteriores ?

¿ Recuerdan también aquella comunidad de conciencia ? Imaginen ahora, y entre sus miembros, arraigando como la esperanza de un resarcimiento, este desasosiego: quienes en la empresa ocuparan puestos de responsabilidad tales que les permitieran asistir a reuniones, habrían de, al menos, sospechar, que aquellos empleados y aquellas empleadas sin acceso a las reuniones habrían llegado a saber del libro de estilo privado de la empresa.

Mas imaginen que voces de varios miembros de la comunidad de conciencia se hicieran oír:

– No nos delatemos. Ni siquiera apenas. El riesgo para muchas familias es suficiente convicción para no hacerlo. La humillación que sentimos al conocer el contenido de sus reuniones se equilibra con su desconocimiento de este hecho.

– Parece un argumento del miedo a través del pseudo-argumento de un orgullo ficticio.

– Así arguye la supervivencia.

– Así arguye la supervivencia.

Imaginen que, de esta forma, el desasosiego hubiera sido persuadido en absoluto. O no. Imaginen que un miembro de la comunidad de conciencia resolviera que no solamente fuera sospechado su conocimiento de los contenidos de aquellas reuniones exclusivas por quienes a ellas por jerarquía acudieran.

Imaginen.

Purdah III – Imaginen … XLIV.

¿ Recuerdan a la mujer que fue el centro de la narración en dos textos anteriores ?

Imaginen el edificio que a aquella empresa representara. Imaginen a sus empleados y empleadas en tránsito por su interior, sus encuentros resolviéndose en una mirada brumosa, en un movimiento de cabeza, en una cortesía encriptada. Imaginen que entre los empleados y empleadas existiera una jerarquía, digamos del tipo que permitiera o prohibiera la asistencia a una reunión.

Imaginen ahora entre aquellos trabajadores y aquellas trabajadoras a quienes, por aquella jerarquía, se determinaran en funciones subordinadas. Pero que sus miradas, sus movimientos de cabeza, su cortesía, hubieran alterado su cualidad o el código de su significación en el encuentro con quienes, por aquella jerarquía, pudieran ser convocados a reuniones. He aquí, diríase, el motivo: los trabajadores y las trabajadoras en tal edificio de tal empresa habrían recibido y escuchado los registros sonoros que la mujer que fue el centro narrativo de los dos textos anteriores habría recogido en su dispositivo telefónico, mentidamente desconectado, durante su asistencia a aquella reunión; registros sonoros compartidos apenas un día después del acontecimiento donde lo original sonoro se produjera.

Imaginen finalmente a los empleados y empleadas jerárquicamente en relación de subordinación convocando y asistiendo a sus propias reuniones: creando una comunidad de conciencia, desconocida …

… Aún.

Purdah II – Imaginen … XLIII.

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¿ Recuerdan a la mujer que fue el centro de la narración en el texto anterior ?

Imagínenla en un área de descanso en aquel edificio de aquella empresa, en un sillón sentada, observando a quienes también habrían acudido a tal espacio recreativo y por su lado transitaran o a ella dirigiesen un saludo o en círculo pasearan frente a un ventanal, un tranquilizador vaso de plástico en la mano.

Ha de saberse.

Ha de saberse.

Ha de saberse.

Ha de saberse.

Ha de saberse.

Ha de saberse.

Se repetiría.

Va a saberse.

Y se sabría.

 

Imaginen … la Razón por la Lógica. XXXVIII.

La validez de una afirmación cuyo contenido contradice los contenidos de afirmaciones previas descansa en el hecho de que ahora defiendo aquel otro contenido.

Enunciado acaso producido por un empresario o director de colegio privado. Imaginen que la Razón variara en la fluctuación de lo conveniente. La Razón parecería ser, entonces, una abstracción, continuamente modificado su espectro por Lógicas adaptativas.

Imaginen que en la finalidad del beneficio económico, el medio fuera un niño, una niña. Imaginen a madres y padres cuya fe en el espectro de la Razón impidiera reconocer que su contenido es sólo la proyección de la Lógica de la oscilación económica.

Pero imaginen que no. Que lo reconocieran.

Imaginen … la excelencia del proyecto de un producto. I. XXXV.

Imaginen una empresa cuya publicidad orara con las siguientes palabras:

Somos una empresa cuya vasta experiencia en el sector ha dejado a miles de clientes insatisfechos dada la bajeza de nuestros métodos y la mediocridad de nuestros profesionales.

No se deje engañar por otras empresas. Acuda a nosotros, tras treinta años intentando desarrollar proyectos, créannos, peor no podemos hacerlo.

—-

Imaginen una empresa que se publicitara como menos que excelente.

Imaginen … esta hostia. XXXIII.

Imaginen una empresa. Imaginen que tuviera una presidenta la cual, cuando fuera preguntada por cuál sería el objetivo de éxito de su institución, afirmara:

– Querría el mismo éxito que el de la Iglesia Católica … una empresa con dos mil años de historia.

Imaginen la ambición.

Y la astucia.

En esa respuesta se recogería la idea de la fe: la presidenta parecería creer en que el éxito de una empresa depende de la fidelización de una clientela que es creyente en un producto. Ahora imaginen que, a continuación, la presidenta señalara las infecciones que han hecho de aquella Iglesia Católica motivo moral de repudio o burla – no siendo la menor de ellas la de sus miembros -.

Mas, ¿ y si la empresa de esa presidenta fuera un colegio privado ? Imaginen. Se diría que tal presidenta anhela el éxito de la fe, de la religión que convierte en defensora a su parroquia. Al tiempo, las aladas palabras sobre la moralidad de la Iglesia Católica y sus miembros serían la manifestación de la competencia de mercado y de un reconocimiento: mi colegio privado es una empresa, aunque en otros términos se publicite. También, dada su experiencia en el descubrimiento y visión de las infecciones ajenas, la presidenta sería capaz de reconocer a los infectados miembros de su plantilla. No obstante, como en la empresa Iglesia Católica, la corrupción de su propia mantendría su economía. Y entonces se vigilaría … para obviarla.

Así, una presidenta o una directora de almas, a cambio de un diezmo voluntario. Dejen que los niños vengan a mí. Y a la vista de sus progenitores, que hasta allí los han conducido, sacrificados en el altar de la fe económica: tal mi inversión, tales mis beneficios. Sería el triunfo de la creencia en un más allá de gracia … laboral. Paraíso cuya promesa bastaría a los progenitores porque la esperanza y su realidad habrían sido infectadas por otras iglesias que harían de lo económico el depósito material de la bienaventuranza inmaterial.

Hermanos y hermanas en la fe de otros cielos propicios: he aquí vuestra hostia.

Imaginen … al Profesor Valdemoro en el papel de Francisco Franco. XXXII.

Imaginen una empresa y, en ella, una sala de reuniones. Imaginen que en tal habitación se hubieran encontrado empleados y empleadas en la motivación de una convocatoria. Mas imaginen que, abruptamente, entrara otro empleado y, poco después de contemplar a la que consideraría su audiencia, gritara:

¡ Miradme, soy Franco resucitado !

Imaginen que quienes allí estuvieran hilarantes estallaran. Entre ellos y ellas, un empleado, solo, acudiría a consultar la fecha en su reloj: 20 de Noviembre; entonces, el empleado observaría a su compañía y acaso llegaría a preguntarse la procedencia de tal reacción. Acaso concluyera que sólo un propiciado entorno no rechazaría aquella exclamación como inadecuada.

Apenas unas palabras para conocer la luz que dibuja todas las sombras. Verbum sat sapienti est. Una empresa que toleraría tales manifestaciones jocosamente graves por y entre quienes allí se emplearan.

Imaginen que esta empresa fuera un colegio. Privado. Aquel empleado primero, un profesor, cuya autoridad educaría a hijos e hijas con lo dicho, y con lo omitido.

Profesor Valdemoro: persona o máscara de una representación tan real.