Imaginen una empresa; imaginen que, al comenzar la hora del almuerzo, quienes en ella se emplearan comenzaran a caminar en dirección al lugar donde el alimento fuera servido, pero que tal lugar correspondiera a otro edificio, algo alejado de las oficinas pero a su mismo terreno perteneciente.
Imaginen ahora que un empleado azarosamente hallara, en la transición que sería el trayecto desde las oficinas hasta el edificio, a otra empleada cuya otra afinidad tampoco fuera disímil en la circunstancia de las silbantes tripas.
Imaginen entre ambos la siguiente conversación:
– ¿ Al comedero te diriges ?
– ¿ Disculpa ? … ¿ Al … ?
– Comedero, ¿ tú no lo llamas así ?
– ¿ Al comedor ? No … ¿ Se te ha ocurrido a ti lo de comedero ? Porque …
– No, se lo he escuchado a varios jefes de departamento … Me divierte: comedero.
– Bueno …
– Y es que el sitio de marras no es estrictamente hablando un comedor. Fíjate en esta circulación de personas hacia un mismo punto… Desde otra perspectiva, no sé, desde una cierta altura pareceremos una riada …, o ganado. Sí, comedero es una acertada elección. Por algo la usarán quienes la usan, digo yo.
El empleado y la empleada se separarían a la entrada del comedero. Él o ella en sombría mas no novedosa expresión facial.
Imaginen ahora que esa empresa fuera una institución educativa privada; que quienes así hablaran, docentes, formadores. Y que aquella circulación de personas estuviera compuesta, lindando la totalidad, por alumnos y alumnas.
Comedero es una medida.