Que en una familia cuyas rentas mensuales son consideradas y ajustadas a diario se opte por contratar educación privada para un hijo, para una hija, es una victoria de clase: financia la continuidad del privilegio, lo confirma en la aspiración y en su razón, juzga la educación pública. Identificándose con la clase del privilegio, tal familia anula las clases – la percepción de injusticia social, la relevancia de su exposición, la lucha vuelta fútil en la asimilación – y la clase del privilegio deja de ser sentida como tal en la imagen de la pertenencia.
Las victorias se siguen conmemorando en monedas, representadas sobre proas.
Ya no creemos en las coincidencias.